Vitraleros "pintando con la luz" (continuación apartado vidrieros)



... pintando con la luz



De todas las artes pictóricas la de los vitrales es, probablemente, la más complicada. Esto se debe no sólo a que se tienen que tomar en cuenta factores como la luz, que cambian completamente la apariencia, sino también por sus demandas estructurales. Ningún otro arte parece estar tan poco ligado por los intereses terrenales, tan vivo, tan intrínsecamente engañoso o fraudulento por sus efectos. Los vitrales explotan la interacción entre dos fenómenos dinámicos: uno físico y otro químico. El factor físico es la luz y todos sus cambios de lugar e intensidad. El químico es la variación del color que sufre el vidrio por la adición de varios óxidos metálicos mientras se está fundiendo.

Arte siempre determinado por la arquitectura, artista dominado por el arquitecto, siempre tuvo que adaptarse y trabajar bajo los requisitos de la época. Cuando las ventanas en el siglo XIII comenzaron a ser un importante medio para contar la historia, el vitral surgió como la más importante forma de pintura monumental. El enorme tamaño de muchas de las ventanas, combinado con los numerosos e intrincados compartimientos, proveían una oportunidad de narración muy interesante.



En los siglos XII y XIII la luz que penetraba por las ventanas al interior de las iglesias tenía que ser brillante, en contraste con la intensa oscuridad. La luz que entraba por los vitrales e iluminaba las imágenes de santos y episodios bíblicos hacía que éstos se impusieran sobre la oscuridad, creando un efecto de dominio y poder. Como era lógico, los artistas de entonces compusieron sus ventanas con fuertes y brillantes colores. Cuando por razones de la doctrina o económicas sólo se permitía el vidrio claro, se decoraba con una fina malla opaca de grisalla o con un ornamento monocromático pintado, que efectivamente esparcía y suavizaba la luz.

Todas las iglesias de todas las épocas tienen el ábside orientado hacia el sureste; la fachada hacia el noroeste; y el crucero, o los brazos de la cruz, de noroeste a sureste. Es una orientación invariable, establecida con el fin de que los fieles y profanos, al entrar en el templo, miren hacia donde sale el Sol, hacia el oriente, hacia Palestina, cuna del cristianismo, para que salgan de las tinieblas y se encaminen hacia la luz. Como consecuencia de esta disposición, en las catedrales góticas, uno de los tres vitrales en forma de rosetón que adornan el crucero y la fachada principal nunca está iluminado por el Sol, mientras que el otro resplandece al medio día, y el que está en la fachada principal se ilumina con los rayos del Sol poniente. De esta manera se suceden en las fachadas de estas catedrales los colores de la obra, según una evolución circular que va desde las tinieblas, representadas por la ausencia de luz y el color negro, a la perfección de la luz, pasando por el color blanco, considerado como el intermedio entre el negro y el rojo. En la Edad Media, el vitral del rosetón central se conocía como la rota, la rueda, y era el jeroglífico alquímico del tiempo necesario para la cocción de la materia filosofal. Representa la acción del fuego y su duración.

Pasó el tiempo y las paredes de las iglesias se abrieron para admitir más y más iluminación. La diferencia entre los niveles de luz internos y externos no era tan marcada y no era capaz de resaltar los brillantes y oscuros colores de los vitrales de épocas anteriores, por lo que se utilizaron colores más claros. En los siglos XV y XVI los colores son más armónicos, hay menos efectos contrastantes, mayor preferencia por la luminosidad y como siempre, una limitación natural dada por la arquitectura que la época imponía.


Además de los efectos de la luz sobre el vitral, su capacidad para contar historias lo coloca en un lugar importante dentro del desarrollo cultural del hombre; le da un misticismo inigualable, porque la interpretación de la narración casi nunca es transparente. La historia en un vitral suele leerse de abajo hacia arriba. Las escenas generalmente están puestas de izquierda a derecha, pero el deseo de la simetría y la inclinación a poner el motivo más importante al centro, suelen interrumpir este arreglo y complicar la comprensión. En el análisis de un vitral siempre quedará algo escondido, que sólo nos podría explicar aquel que lo hizo. Sus secretos permanecen en el pasado y le dan un carácter seductor.
Para muestra, un botón. La historia que aparece en el libro de Fulcanelli, El misterio de las catedrales, es un excelente ejemplo: [...] su padre Benito, consejero de Clotario II, y su madre, Felícitas, estaban acostados en una cama, completamente desnudos, según la costumbre que duró hasta mediados del siglo XVI. La concepción estaba representada por una estrella que brillaba encima de la colcha, en contacto con el vientre de la mujer.


Por accidente o por un intento deliberado, el vidrio que se hizo en los siglos XII y XIII tenía la combinación casi perfecta de crudeza y refinamiento que se necesitaba para elaborar el vitral. Las láminas de treinta centímetros eran suficientemente blandas y delgadas para cortarlas del tamaño necesario, pero bastante gruesas para tener ricas transiciones en la profundidad del color. Con el proceso de la tecnología del vidrio en la Edad Media y el Renacimiento, se hicieron láminas más largas y delgadas en un enorme rango de colores. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, el vidrio empezó a ser menos interesante como un elemento estético aislado. Es por esto que en el siglo XIX regresan al método antiguo de producción, y desarrollan lo que hasta hoy se conoce como vidrio antiguo, notablemente similar en color, textura y brillo al que se usó en los siglos XII y XIII. Con este material se hacen los vitrales en la actualidad.


En los vitrales, el vidrio de colores está estático, pero hay dinamismo por el elemento de cambio inherente a la luz natural. El aspecto de las variaciones en la apariencia de los vitrales es resultado de la alteración en la intensidad, disposición, difusión atmosférica y color de la luz del día. Un vitral está vivo, y uno puede ver los efectos orgánicos de la luz en la ventana con el paso del tiempo. Ésa es la gran diferencia con otras artes. Para poder imaginarnos la vida de un vitral, entremos por un momento en la catedral de Chartres, una de las catedrales medievales más seductoras y que posee la mejor colección de ventanas. Las de la parte superior están dedicadas a la glorificación de la virgen María, a quien la catedral entera está consagrada; las de la parte inferior representan escenas cotidianas; al oeste, la vida y la pasión de Cristo, y el Último Juramento en el rosetón de arriba; al norte, la historia del Viejo Testamento; al sur, la del Nuevo Testamento.

La importancia de la catedral en la historia de los vitrales radica en la influencia que tuvo en la formación de artistas de esa época, más que en la cantidad de vidrio que se utilizó. El esquema de construcción atrajo gente de muchos sitios, hecho que se refleja en los diversos estilos que aparecen. Pero entremos de una vez, y hagámoslo justo después del amanecer, en una mañana de un día claro. Las ventanas que miran al este son las primeras que se ven, porque son las que están iluminadas en ese instante. Cuando el Sol va subiendo (o gira la Tierra), gradualmente se van iluminando las otras. De repente el Sol se esconde detrás de las nubes y la apariencia de todas las ventanas cambia radicalmente. La luz ahora está igualmente difundida y entra al parejo por todas las cristaleras. La atmósfera de la catedral es más fría y grave. En ese instante uno es capaz de notar las diferencias absolutas en las tonalidades de los vitrales tomados individualmente. Si después el Sol reaparece en la tarde, el espectáculo es grandioso. Los azules de las ventanas del oeste, los más intensos, se esparcen por doquier porque los rayos del Sol les caen directamente. Y si abrimos ahora la puerta para salir, tendremos la sensación de que no estamos en el mismo sitio, que nos han cambiado los ventanales, y que el escenario es sorprendentemente distinto.
(Si quieres experimentar una sensación parecida, visita el Cosmovitral de Toluca; sus brillantes colores le dan al invernadero una apariencia única e inigualable.)

Cosmovitral de Toluca
El artista vitralero depende del artista vidriero igual que un actor de teatro depende del dramaturgo que escribe la obra; la materia prima la hacen los vidrieros, al producir vidrios coloreados con óxidos metálicos. Los cambios de un color a otro en el diseño de un vitral sólo se pueden efectuar introduciendo piezas individuales de vidrios del color necesario.

Para crear un vitral, primero se pinta un dibujo sobre una mesa blanca y limpia del tamaño real de la ventana, donde se muestre la división de las áreas de varios colores en diferentes piezas de vidrio. Después se escoge y se corta cuidadosamente el vidrio de colores. Cuando todas las piezas están cortadas, tomando en cuenta la distancia que se tiene que dejar entre ellas para la unión de plomo, se pintan los detalles del diseño con esmalte vítreo; después se mete al horno y se funde el esmalte con el propio vidrio. Hecho esto, las ventanas están listas para ensamblarse, pero como quedan flexibles se tienen que dividir en pequeñas cristaleras que se van juntando para formar el ventanal grande.

Así pues, los vitrales tienen por fuerza una estructura dividida. El haber convertido esta necesidad en un elemento artístico por sí mismo es lo que da su grandeza a las catedrales góticas. Al utilizar estas armaduras para delinear las principales subdivisiones ornamentales, los pintores de vidrio son capaces de fundir una imagen completa y una arquitectura, en una de las más completas unidades artísticas .

El arte del vitral desciende claramente del arte antiguo del mosaico y el esmaltado. De los mosaiquistas surge la idea de la composición de imágenes monumentales a partir de piezas separadas de vidrio coloreado. Con el esmaltado se empleó la técnica de unir estas piezas con tiras de metal y se usaron estas tiras como un elemento básico del diseño. Además del esmaltado está el esmalte vítreo, casi negro, hecho de polvo de herrumbre y vidrio mezclados con un pegamento para formar una pintura que se utiliza para dar grados de opalescencia y detallar las figuras.

La diversidad y variedad de los vitrales encontrados en el siglo XX desafían cualquier definición o clasificación. El nuevo siglo comenzó con un ardiente deseo de formular nuevos modelos de expresión impensables para los artistas del pasado. En la mayoría de los países europeos surgen grupos de artistas que reaccionan contra lo establecido, con una rebeldía casi adolescente, viendo al mundo natural como una fructífera fuente de nuevas formas y motivos, libre de asociaciones con academias artísticas del ayer.

El art nouveau, el Arts and Crafts, Tiffany y Gaudí, la primera Guerra Mundial y su demanda de ventanas conmemorativas con motivos históricos, así como la utilización hoy en día como parte de la decoración doméstica contribuyen a que los vitrales sigan con vida. Al escribir este libro en 1993 es difícil saber lo que las generaciones futuras considerarán como los vitrales más importantes, pero lo que siempre será cierto es que el vitral es un arte pictórico que debe pensarse como el arte de pintar con luz. Cualquier técnica o material empleado no cambia en esencia la importancia del efecto de refractar, oscurecer, fragmentar y colorear la luz, lo cual sólo se logra por estar hecho con vidrios. El éxtasis y la emoción que un vitral produce a quienes lo ven no podría lograrse en ninguna medida si no fuera por eso. El vidrio, nuestro personaje principal, es el único responsable de la maravilla del mundo de los vitrales. Sin él, pintar con luz sería prácticamente imposible y el arte de nuestra civilización no tendría ese dinamismo en una de sus manifestaciones



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